Primera entrega entomológica
Recuerdo bien el año: 1994, pero no me acuerdo si era marzo o septiembre. Unas 150 personas nos sentábamos en el suelo de adoquines frente al templete de la Casa de la Cultura de Tulancingo. De vez en cuando ocurrían milagros en esa ciudad: a alguien se le ocurrió llevar a Guillermo Briseño y su banda a una tocada, y ahí estábamos, gozando de música de gran estofa, al ritmo de vino el botellazo.
Digo que no recuerdo si era marzo o septiembre porque Guillermo Briseño interrumpió el concierto para decirle al (de alguna forma) respetable público que habían asesinado a un político de la alta Nomenklatura priista (no recuerdo si a Luis Donaldo Colosio Murrieta o a José Francisco Ruiz Massieu). Después del breve shock colectivo, algunos se fueron y otros seguimos en el concierto. La mayoría de los que nos quedamos teníamos tiempo editando revistas independientes como La Grieta, y ambos acontecimientos (el concierto y el magnicidio) eran materia para artículos o reseñas. La edición de esas revistas tuvo su origen en la iniciativa del master Lalo para apropiarnos de los parques públicos como lugares de reunión y academia cultural, a veces en una banca, otras en una jardinera para tomar talleres de música, poesía, redacción. Luego la autoridad se puso sus moños y tuvimos que ir a un salón de una escuela que nos prestaban los sábados. Un par de copropietarias de una escuela, conocidas como las weras, eran también copropietarias de la mítica Arena Libertad de lucha libre, la primera donde luchó Rodolfo Guzmán Huerta, Rudy Guzmán, quien después sería El Santo.
Volviendo a La Grieta, era una revista hecha, en su mayoría, por aprendices de brujas y brujos, es decir, estudiantes preparatorianos y universitarios. Yo estaba en el último año de la carrera, cumpliría 21 primaveras (si es que interrumpió el concierto la muerte de Colossio). No era la primera revista que editábamos varios de aquella banda suigeneris. Habíamos editado un par de revistas un poco más subversivas, de cuyo nombre no debo acordarme, con un claro fin de trabajo político con obreros y estudiantes. Además, editábamos el periódico mural en el instituto; se llamaba Cópitl (Luciérnaga en lengua Nahua) descendiente directo de otro periódico mural que armamos en el Colegio de Bachilleres de Tenango de Doria, en la Sierra Otomí-Tepehua del Estado de Hidalgo, Nä Ghani (La abeja, en la variante del Otomí de esa región).
No éramos tan improvisados; los maestros y guías nos habían dado breves talleres para reconocer las diferencias y modos de redactar, entre artículos de fondo y de coyuntura, crónicas periodísticas y reportajes. Una lectura que me marcó en esa etapa de ¨periodista¨ amateur fue un texto de Bertolt Brecht: 5 dificultades para escribir la verdad*. Un texto imprescindible que, o bien no conocen o se les atraganta a muchos periodistas ¨profesionales¨ contemporáneos. En otra entrega podemos desarrollar más a fondo sobre el valor de ese texto y lo necesaria que es su lectura en la actualidad, sobre todo para milenials y centenials. Baste decir que se convirtió en una herramienta de batalla de esos días y que aún me guía para crear textos y para analizarlos.
Los escritos que hacíamos en esos tiempos eran, en su mayoría, de análisis político o reseñas literarias. No había, en mi caso, ningún indicio de que fuese a dedicarme (por ya casi 20 años) a redactar artículos científicos, aunque en esos tiempos estaba en mis manos el libro Cómo acercarse a la Ciencia de Ruy Pérez Tamayo (quien murió justo cuando redactaba esta columna), el cual influiría de manera decisiva en mí para probar suerte en el posgrado de CQB de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas donde hice Maestría y Doctorado.
De los pocos buenos resultados del enclaustramiento por Covid19 fue el tiempo y espacio para regresar mi cassette, de esos de walkman, una y otra vez. Recordar esas naves atestadas de monstruos fantásticos y talentosos**, que lo mismo nos juntábamos a construir revistas culturales, políticas o periódicos murales, que festivales y semanas culturales. Al final el miedo al virus hizo revivir el gusanito, el duende, de redactar textos no-científicos y de divulgación científica, y arriesgarme a compartirlos en este generoso espacio.
Y es que en tiempos en los que la pasión de los inquisidores y los deportes favoritos de los narcisos, son la destrucción del prójimo, la corrupción y la traición; los esfuerzos de editores de revistas de divulgación de ciencia y cultura, digitales o físicas, se vuelven un acto poético y de resistencia contra la nata oscura, superestructura que nos ha dejado por pseudoconciencia la vorágine del capital. Como una flor de oro en el último hueco de una matrioshka de simulación y corrección política huecas. Una cigarra.
Por ello agradezco el espacio y la oportunidad para compartirles diversos textos bajo el título La nave de los monstruos**, en honor a todas las personas y personajes con los que compartí aventuras de proto-periodista. Y que sea este espacio ecléctico en el que nos encontremos, espero que no tan intermitentemente, para compartir alguna reseña científica, una que otra entrevista o artículos de análisis, opinión y cultura. Adelanto que habrá de todo como en botica, decía el abuelo.
Pongo un veinte en la rockola, suena Ya se va la embarcación, nos leemos pronto.
**https://lecturia.org/referencia/bertolt-brecht-cinco-dificultades-escribir-la-verdad/904/
** *Dedico esta primera entrega a los monstruos de las diversas naves, ojalá no me olvide de algún nombre o apodo: Isa, Chayo, La wera, El wero, Beto Lemus, LaloPinosa, Ovidio ¨Obiwan¨ Ríos, El Rocker, Peque, Jano, El Tejón, Javier Tolentino, El Poli, El Abe, Dorian, El muñeco, Sergio el Moe y un largo etcétera acumulado en rincones herrumbrosos de la memoria.