La deslumbrante narrativa en Manos de lumbre

Alberto Chimal es un escritor mexicano contemporáneo que tiene una especie de súper poder para sorprender a sus lectores. Y digo sus lectores pues el nutrido grupo de personas que somos asiduos a su literatura, después de leer uno solo de sus textos, nos volvemos adictos al efecto de la seducción de su poder imaginativo, pero sobre todo, a los ecos que se quedan para siempre en nuestra memoria, por lo que no podemos evitar seguir buscándolo en sus nuevas publicaciones.

Manos de lumbre es un libro de cuentos publicado por la editorial Páginas de espuma, en España, que lo sitúa ya en el panteón de los grandes cuentistas en español; en él, Chimal condensa historias donde la naturaleza complejísima de los seres humanos se diversifica a partir de los recursos más eficaces de su narrativa, y alude de una manera muy particular a la autodestrucción que las personas nos propinamos a veces irracionalmente, así como a los efectos devastadores que efectuamos sobre vidas propias y ajenas. Es muy relevante, también, la variedad de temas que aborda y entreteje con estrategias narrativas particulares para llevarnos a indagar en lo más profundo de nuestra identidad, transitando desde el realismo más terrenal hasta las múltiples posibilidades de la ficción fantástica.

Es un libro donde la imaginación es la principal protagonista, sin dejar a un lado la crítica social a partir de un humor ácido, fino e inteligente. Los seis cuentos que lo conforman tienen elementos complejos que determinan su diversidad: los múltiples recursos que gestan la urdimbre narrativa provocan un ritmo acelerado que nos conduce a una lectura amena y reflexiva, pero también inquietante, al reconocernos en las relaciones de poder casi natural que los enmarca.

Éste es, precisamente, uno de los intereses que permean toda la obra del autor mexiquense: las tramas donde el ejercicio del poder es puesto a prueba para dominar y socavar a los otros, en medio de dispositivo tecnológicos, esotéricos o sociales. En ellas, el autor presenta la otredad como una invitación para ejercer el poder y destruir la identidad de los personajes.

En el primer cuento, Los Leones del Norte, el asunto del plagio creativo está tratado de una manera en apariencia irrelevante, como sin querer darle importancia, pero la construcción de la personalidad del narrador nos lleva a profundizar filosóficamente en el tema, al abordar también las relaciones de poder que conllevan a diferentes manifestaciones de la corrupción. El aparente cinismo con que justifica la práctica de tomar textos ajenos sin referenciarlos, está lleno de alusiones a escritores de todos los calibres que se han visto involucrados en casos de este tipo. El desenlace, como en los demás cuentos, deja sin palabras y casi sin respiración al lector debido a que nos reconocemos como víctimas de los medios digitales en que ahora se disemina vorazmente la información, y a la forma en que la perspectiva generacional de los involucrados en el relato nos conduce a aquilatar el arte, la creación y la vida de muy diferentes maneras.

El segundo cuento, Una historia de éxito, le da un dinamismo singular al libro al cambiar totalmente la configuración del narrador, respecto al anterior, cuya naturaleza es casi antitética. En este caso, la ironía es, como estrategia discursiva, la protagonista de la historia y, sin duda, estremece al lector al lograr empatía ante aspectos que podrían parecer ridículos. El desenlace tiene un tono tan sutil y natural que justo por eso convulsiona la conciencia del lector al llevarlo a reconocer el paralelismo entre una historia doméstica y la manipulación de masas a través de las religiones, por lo que es casi obligatorio preguntarnos cómo operan los discursos benevolentes de toda práctica de imposición ideológica hasta en los aspectos más insignificantes del devenir diario.

Marina, el tercer cuento, es uno de los más estimulantes y aterrorizantes del libro, porque la forma en que el autor maneja el suspenso, la revelación paulatina de elementos paranormales, desde el principio, plantea un enigma que nos sorprende por todo lo que vamos imaginando a través del relato, y poco a poco nos muestra una verdad que parece un juego macabro urdido desde la imaginación infantil más perversa. Sin duda, el giro con que nos enfrenta el desenlace es uno de los recursos más sólidos de esta particular y fascinante forma de narrar.

Alberto Chimal es un escritor mexicano contemporáneo que tiene una especie de súper poder para sorprender a sus lectores.

La segunda Celeste, mi favorito, es un cuento que logra atrapar irremediablemente al lector justo cuando se inicia la segunda mitad del libro, a través de la imaginación desbordada con la que, sabia y reposadamente, la pluma de Alberto Chimal entreteje elementos científicos con afectivos y logra profundizar en la reflexión sobre la vulnerabilidad de la condición humana ante la muerte, frente a un futuro totalmente irracional por premeditado.

Final feliz es una historia divertidísima, irreverente y muy inquietante. La narrativa, en apariencia fluida y cotidiana, conlleva una crítica social ácida y puntual a través de la recreación del registro oral del narrador donde, en forma chusca y hasta festiva, el autor parodia las prácticas de rituales esotéricos que se han puesto de moda; en medio de este ambiente realista, combina dos elementos que son distintivos en la narrativa de Chimal: asuntos corporales extraños (weird) y elementos místicos religiosos que satirizan las relaciones humanas.

Quizás la historia más divertida pero no por eso la menos espeluznante es Voy hacia el cielo. Mientras el autor cuestiona la frontera entre la cordura y la vida en el espacio, hace un recorrido intertextual por toda una época plagada de psicodelia y cultura popular. Me parece que es particularmente eficaz la manera en que se van revelando los detalles de la historia y eso, sin duda, nos deja al borde de cada página.

En definitiva, puedo asegurar que Manos de lumbre es una de las lecturas que más disfruté durante el año pasado, sobre todo porque me reveló a un escritor totalmente maduro a nivel formal y conceptual, cuya estrategia para remover las conciencias es la combinación de la lucidez, la sorpresa y un puntual y rico dominio del lenguaje en el urdimbre de su imaginación.


Dalina Flores