Convenimos la cita para el domingo 25 de marzo a las cuatro de la tarde (18 horas, tiempo de Toronto) para tener una charla informal por skype. Días antes, cuando lo contacté por email y me presenté, le expliqué la razón de la entrevista: que los lectores de Avance y Perspectiva, la gaceta de difusión y divulgación del Cinvestav, supieran de él.
Jamás en mi vida había realizado una entrevista y aunque no estaba nervioso, tenía una ligera preocupación. No sabía qué resultaría de la experiencia de entrevistar a alguien que no conocía personalmente, mucho menos si era un prominente científico que vivía en el extranjero. Había instalado en mi computadora un programa de software para grabar la conversación por skype y no dejar todo a la memoria.
Dos horas antes de nuestra cita, cuando estaba haciendo pruebas de grabación para no tener ningún contratiempo durante la entrevista, revisé por casualidad el correo electrónico en mi celular y vi que Sergio me había enviado un email: Carlos, perdona, ¿podríamos cambiar nuestra cita para las siete (tus cinco) ya que quisiera ver un juego de baloncesto? Juega mi equipo preferido.
Desde luego, respondí de inmediato, te veo entonces a las siete. A la hora acordada le llamé y no respondió. Con seguridad, pensé, el juego se había alargado. No me importó, ya me llamaría cuando terminara el partido. Una idea cruzó por mi cabeza que me tranquilizó: Sergio era una persona normal, tenía sus pasatiempos como todos.
No transcurrió mucho tiempo cuando escuché el timbre del skype en mi computadora. Era él. Apenado, me dijo que el juego aún no terminaba y que éste se había ido a tiempos extras. Le dije de inmediato: Sergio, termina de verlo, anda, con gusto te espero el tiempo que sea necesario. Estoy leyendo el periódico, no te preocupes por mí.
Me tomó la palabra y colgó.
Minutos después me llamó de nuevo.
– Gracias por tu paciencia, Carlos. Es que no podía perderme este partido entre los Duke Blue Devils y Kansas Jayhawks. El equipo de Duke University es mi equipo preferido y lo sigo desde hace muchos años.
– Ah, ¿y cómo le fue?
– Perdieron, por cuatro puntos.
– Cuánto lo siento –me animé a decir.
– Nada está perdido, Duke siempre termina en los primeros lugares. Pero bueno, aquí me tienes por fin, para qué soy bueno.
– Sergio, primero quiero darte las gracias por aceptar esta charla por skype. No soy periodista, así que te pido comprensión si no conduzco la entrevista como debiera. Para empezar, dime por favor dónde naciste. Te pregunto porque obviamente tu apellido no es mexicano.
– Nací en la Ciudad de México, soy chilango –sonrió. Lo que pasa es que mis padres eran judíos polacos y llegaron a México poco antes de la Segunda Guerra Mundial.
– Qué bien, me da gusto que seas mexicano porque entonces esta sección que hemos llamado Esporas ganará por partida doble. No sólo eres egresado del Cinvestav, sino también naciste en México. ¿Me puedes hablar un poco de tus estudios universitarios y de tu posgrado?
– Hice mi prepa en la Escuela Nacional Preparatoria entre 1964 y 1967; luego estudié en el Politécnico en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas; y después hice mi doctorado en el Departamento de Fisiología del Cinvestav. El supervisor de mi tesis fue el doctor David Erlij. Una vez que me gradué, en 1976, salí del país a realizar un posdoctorado en el Hospital For Sick Children de la Universidad de Toronto, Canadá. Estuve dos años ahí y al momento de salir a mi segundo posdoc, esta vez al ETH en Zurich, Suiza, recibí una oferta de empleo permanente en el hospital donde estuve esos dos años. Terminé un año en el ETH y regresé a Toronto, lugar en el que he estado desde entonces.
– ¿No cruzó por tu mente la idea de regresar a México después de tus dos estancias posdoctorales?
– Claro que mi esposa y yo lo pensamos, nos hubiera gustado hacerlo. Pero dos razones nos hicieron tomar la decisión de aceptar la oferta de empleo en Canadá. Primero, que no sólo a mí me hicieron dicha oferta, sino también a mi esposa. Ella, cuyo nombre es Amira Klip, se doctoró también en el Cinvestav, en el Departamento de Bioquímica, e igual que yo realizó un posdoc de dos años en el hospital. La segunda razón, quizá la determinante, fue que la situación era muy difícil para la ciencia mexicana en los años que salimos del país. De hecho, durante el colapso económico de 1976, cuando el peso se devaluó después de 22 años de estabilidad, muchos científicos se fueron al extranjero. David Erlij también salió del país. Fue una lástima, porque el Cinvestav era un lugar de enorme efervescencia científica a nivel mundial.
– Supongo que no te arrepientes de haber emigrado al extranjero.
– No. Mi vida en Canadá y el trabajo en la Universidad de Toronto los he disfrutado mucho. A lo largo de estos años me han ofrecido excelentes posiciones en varios lugares, por ejemplo en la Universidad de Yale, pero al final decidí quedarme aquí, en esta institución que me acogió en la juventud. Me he realizado como científico y me siento satisfecho.
Si buscan su CV en internet, esta afirmación de Sergio se apega a la verdad. En el Google Scholar, por tomar la base de datos más sencilla de consultar, podemos ver que Sergio tiene más de 50 mil citas y un índice de Hirsch de 118.
Quizá muchos lectores sepan de inmediato lo que estos números significan, pero para aquellos que no vean nada especial en ellos, pueden hacer un ejercicio muy simple: buscar en el Google Scholar a los biólogos o fisiólogos más connotados de México. No les quedará la menor duda: Sergio ha tenido una carrera sobresaliente. Ignoro si hay un mexicano en alguna parte del mundo con tan fantásticos logros: más de 500 artículos científicos publicados en las mejores revistas del mundo; 90 estudiantes de doctorado y posdoctorado formados; editor de numerosas revistas científicas, etcétera. Cuando le pregunté sobre las distinciones y premios que había obtenido en su vida, para mí fue claro —ya que le costó hablar del tema—, que estaba frente a una persona humilde y modesta. En realidad yo investigué previamente un poco sobre cuáles premios le habían dado, pero aún así insistí…
– Apenas el año pasado me otorgaron el Canadian Science Publishing Senior Investigator Award. Y he sido International Research Scholar of the Howard Hughes Medical Institute y me otorgaron en 2004 el Michael Smith Award de la Canadian Institutes for Health Research, entre algunos otros.
En ese momento me cruzó el pensamiento de que la razón de ser del Cinvestav se había cumplido con creces, pues un científico de tan elevado nivel, formado en casa –como su página web lo anuncia sin cortapisas (http://biochemistry.utoronto.ca/person/sergio-grinstein/)–, concretaba la misión del Centro. Sergio era una espora lanzada al viento que había tocado tierra para reproducirse y crecer. En una tierra lejana, desde luego, pero no importa. Al final de cuentas todos salimos ganando.
– Sergio, me llama la atención que trabajes en un hospital para niños. ¿Estás ligado a la clínica?
– No, nunca lo he estado. No soy médico. En realidad mi laboratorio y mi grupo están en el hospital, que pertenece a la Universidad de Toronto, pero yo fui contratado para hacer investigación básica solamente, no clínica. Claro que algunas veces se abren canales de comunicación entre la clínica y la investigación, pues nuestros hallazgos son importantes para la medicina. El Hospital de Niños Enfermos –continuó–, recibe a niños con enfermedades complejas y extrañas. Nosotros no estamos al tanto, ese no es nuestro mundo. Sin embargo, las investigaciones que mi grupo y yo hacemos son sobre el funcionamiento celular a nivel microscópico, que depende de tal o cual propiedad mecánica y electrostática de las membranas, de genes que codifican a proteínas, del transporte de iones a través de éstas, de cómo se regula el pH dentro de una célula. Son investigaciones como las nuestras las que llevarán a la medicina, tarde o temprano, a dejar de ser una ciencia empírica. Día con día la medicina incorpora los descubrimientos que se realizan en laboratorios como el mío.
– Supongo que tienes buen apoyo económico para mantener productivo a tu laboratorio. ¿El gobierno canadiense valora la ciencia básica?
– Las cosas eran mejor antes, debo decir. Pero no me quejo, ahora mismo tengo dinero para cinco años más. En Canadá ahora se pueden obtener proyectos de siete años, donde se engloban todas las líneas de investigación que uno pueda tener. Hace dos años me dieron un proyecto que tendré vigente hasta 2022; toco madera para que no sea el último. Hoy en día el porcentaje de aprobación de proyectos es del trece por ciento.
– ¿Puedo ser indiscreto y preguntarte sobre el monto de tu proyecto?
– Cuatro millones y medio de dólares.
– ¡640 mil dólares cada año! Viva Canadá que apoya de esa forma a sus científicos. Sergio, hay dos cosas que me gustaría preguntar antes de finalizar. ¿Tienes colaboradores en México?
– No, nunca se dio la oportunidad. Es una lástima pero así es.
– ¿Me puedes decir que pasatiempos tienes?
– Me gusta el baloncesto, el squash y la natación. Aunque está última es la
que ahora practico. Me encanta leer y escuchar música.
Sonrío al darme cuenta de que entre sus numerosas responsabilidades, Sergio tiene un balance que equilibra el intenso esfuerzo que requiere su prolijo trabajo académico. Me hubiera gustado preguntarle qué lee y qué escucha, pero ya era tarde y no quería quitarle más tiempo. La primera mitad de mi objetivo estaba cumplida: realicé mi primera entrevista en la vida. Ahora me enfrentaría a la segunda parte: escribir este texto.
Veo en la pantalla de mi computadora el rostro de este biólogo canadiense, ex-alumno del Cinvestav y originario de México, que con un ligero parecido a Alan Alda en su juventud se despide con amabilidad, y le doy mil gracias por atender mi invitación a inaugurar la sección Esporas de Avance y Perspectiva.
J. Carlos Ruiz Suárez
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