Para algunos son vistos con recelo por el peligro que presuntamente implican hacia cultivos endémicos de una región, para otro sector representan la oportunidad de mejorar la producción agrícola, mientras mejoran la alimentación a nivel mundial. Si bien no han demostrado ser la gran amenaza ni la panacea que resuelva los problemas del campo, cada vez más hectáreas a nivel mundial (179.7 millones a 2016) siembran productos genéticamente modificados, la mayoría en países con economías en desarrollo.
Luis Rafael Herrera Estrella, uno de los investigadores más destacados a nivel mundial en este tema y el primer mexicano en ser considerado uno de los 100 científicos más influyentes en biotecnología por la revista Scientific American, explica qué son los Organismos Genéticamente Modificados, la necesidad de su uso, así como los mitos y realidades que rodean a esta tecnología.
¿Es lo mismo un transgénico que un Organismo Genéticamente Modificado (OGM)?
A manera de definición y los únicos que se consideran como Organismos Genéticamente Modificados, son los organismos transgénicos, pero esa mala definición excluye todas las otras modificaciones y manipulaciones genéticas que ha hecho el hombre durante los últimos 10 mil años y de manera muy intensa en los últimos cien años. Es una definición meramente funcional que se ha dado a los organismos que tienen una modificación genética producida en laboratorio. Y esto ha causado confusión, porque parecería que sólo los transgénicos son organismos que tienen modificaciones genéticas.
Se debe considerar que hay muchas maneras de hacer modificaciones genéticas en plantas, que van desde el mejoramiento genético tradicional, a través de cruzas o también algunas manipulaciones más directas del hombre, como la mutagénesis química o la mutagénesis por radiación, que también causan alteraciones genéticas y que no son consideradas como tal, porque no son transgénicos.
Es importante señalar que las modificaciones genéticas las ha venido haciendo el hombre desde que empezó a domesticar las plantas, y han sido indispensables para convertir las plantas silvestres en lo que ahora conocemos como cultivos. Por ejemplo, para obtener el maíz, el arroz o el chile que conocemos fue necesario hacer modificaciones genéticas que no podrían ocurrir en la naturaleza.
¿Todos los OGMs son iguales?
Cada uno es producido mediante las mismas técnicas, pero son muy distintos por su beneficio y utilidad. El maíz transgénico resistente a plagas tiene una utilidad y un beneficio claro: le beneficia al productor porque le evita pérdidas y gastos, y le genera un producto de mayor calidad. Tiene un beneficio para el consumidor, ya que se disminuye la cantidad de insecticidas sintéticos y de insecticidas químicos que se requieren para cultivar el maíz tradicional, y que realmente son nocivos a la salud humana y animal. También hay beneficios al medio ambiente, porque se evita la aplicación de insecticidas químicos sintéticos que tienen un efecto importante en los insectos no blanco (no objetivos), afectando la biodiversidad, ya que algunos son persistentes y no desaparecen rápidamente.
Los que nosotros hemos producido en laboratorio, por ejemplo, metabolizan el fosfito, así que requieren menos fertilizante y menos herbicidas, lo cual también tiene un impacto impresionante en la ecología. Sin duda, lo primero es evaluar los costos y los beneficios que tiene cada uno de ellos, para decidir cuáles deberían ser aprobados y comercializados mucho más sencillamente que otros.
¿Es posible la coexistencia de OGMs con cultivos convencionales?
No hay ningún problema en la coexistencia, más bien nos debemos preocupar de la característica del transgénico y no del método para generarlo. Si hay una planta resistente a herbicidas por métodos convencionales o transgénicos, existe el mismo riesgo de que sea transferida la característica a las variedades criollas o a los parientes silvestres. Ejemplo es que ya existe la convivencia de plantas convencionales con características distintas. Actualmente, coexiste el maíz amarillo con el maíz blanco, pero no es deseable que se mezclen porque el primero se utiliza para la producción de harina para hacer masa y otro tipo de alimentos de consumo humano; al tiempo que el maíz amarillo se utiliza para alimento animal y procesos industriales. Se tendrían que producir de manera separada, porque no se permite que tengan un contenido alto unos de otros, sin embargo, se ha venido haciendo desde hace más de 50 años, sin que haya generado ningún problema para los productores de maíz amarillo y maíz blanco, lo cual nos indica que la convivencia entre cultivos de una característica y otra es perfectamente factible, y no hay ninguna razón por la que no puedan convivir también los transgénicos con las variedades convencionales.
¿Hay evidencia científica de que los transgénicos ocasionan daños a la salud?
Ninguna. De hecho, hay más de 2 mil publicaciones en revistas científicas internacionales generadas por laboratorios europeos, americanos, japoneses, chinos y de todo el mundo, que indican que los cultivos transgénicos son esencialmente idénticos a los convencionales, que
no tienen ningún efecto distinto a la salud y esto ha sido expresado no sólo en artículos científicos, sino también por la OMS, la UNESCO, asociaciones científicas de todo el mundo y, más recientemente, en una carta firmada por 110 premios Nobel, diciendo que no hay ninguna evidencia científica que los transgénicos causen daño a la salud. Considerando que México ya importa más de 10 millones de toneladas de maíz transgénico al año ¿hay que regular el proceso o el producto?
Independientemente de que México importe esa cantidad de maíz o cientos de miles de toneladas de soya y algodón transgénicos. En todos los casos se debería de evaluar el producto y no el proceso. También el mejoramiento tradicional puede generar productos que originen un riesgo a la salud y al medio ambiente. Es más importante regular el producto, sobre todo a la luz de las nuevas tecnologías que se están desarrollando y que vienen a complementar a los transgénicos, como son la edición genómica (CRISPR/CAS), donde ahora se van a poder modificar de manera muy precisa los genes propios de un cultivo para darle propiedades nuevas. Sin embargo, estas modificaciones muy probablemente ya existen en el acervo genético del cultivo, no importa del que se trate, puede ser maíz, tomate, arroz o lo que sea, pero con la nueva tecnología lo podremos manipular de manera ordenada para conjuntar varias de las características deseadas en una sola variedad. Hay procesos de modificación genética que actualmente se utilizan y que son indistinguibles de los tradicionales, por lo que en todo caso debe imponerse un concepto de evaluación por producto y no por proceso.
¿México debe desarrollar su propia tecnología para evitar dependencia alimentaria?
Definitivamente. Muchos de los grupos y de la gente que se opone a los transgénicos han recibido información falsa de que causan daños a la salud y al medio ambiente, y que ponen en riesgo las
variedades criollas. Sin embargo, el verdadero riesgo es que esta nueva tecnología quede totalmente en manos de algunas empresas, porque esto compromete nuestra dependencia alimentaria, algo que ya sucedió con las semillas convencionales. Si hacemos un análisis de cuántas empresas dominan el comercio de los híbridos en nuestro país, estamos hablando de cerca de 90 por ciento del mercado, y en algunos casos de cerca de la totalidad que ya está en manos de tres o cuatro empresas multinacionales. Pensar que los transgénicos van a cambiar este control es ilusorio.
Lo que sí tendríamos que hacer es desarrollar nuestro propios programas de investigación, nuestras propias tecnologías para poder tener alternativas que nos permitan mantener un grado suficiente de independencia, y esto no sólo aplica a las semillas y la agricultura, sino a muchas otras áreas de ciencia y tecnología. Es necesario hacer un gran plan de investigación y desarrollo tecnológico para producir nuestras propias variedades transgénicas, junto con los métodos de mejoramiento tradicional que prácticamente han sido abandonados en nuestro país desde hace 30 o 40 años y así alcanzar un nivel de competitividad. Necesitamos una acción concertada, una política pública por parte del gobierno a largo plazo para recuperar lo que se tenía en la década de los 50 y 60, cuando había una aportación importante, una producción de variedades por las instituciones académicas y que se perdió completamente. Ahora, a la luz de los desarrollos tecnológicos, quedamos todavía más rezagados.
¿Podríamos garantizar la seguridad alimentaria del país sin utilizar modificaciones genéticas en el contexto de las nuevas tecnologías?
Para garantizar la seguridad alimentaria, sobre todo en el contexto del cambio climático y el incremento de la población de nuestro país y del mundo, es necesario recurrir a todas las tecnologías disponibles, de manera responsable, incluyendo los transgénicos y la modificación genética, sin olvidar que el fundamento para todo esto son los métodos convencionales. Sin el uso de estas tecnologías tenemos un riesgo muy grave, no sólo a nivel nacional, sino mundial, de poner en peligro la seguridad alimentaria. Estas nuevas tecnologías nos permitirán, por ejemplo, aumentar la eficiencia de uso del agua, que va a ser otro problema grave en el futuro. Se van a poder modificar de manera muy precisa los genes propios de un cultivo para darle propiedades nuevas, como alargar la vida de anaquel o producir cambios en sus proteínas para hacerlas más eficientes y efectivas, todo dependerá de las necesidades del producto y del consumidor.
¿Cuál es su opinión sobre la legislación mexicana existente respecto a los OGMs?
Es una de las más estrictas del mundo, donde se han establecido todos los pasos que se requieren para desarrollar y probar en el laboratorio, a nivel de invernadero, en el campo y, en su momento, comercializar los productos genéticamente modificados. Esta Ley (de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados) es algo exagerada desde mi punto de vista, porque establece las reglas del juego para poder evaluar caso por caso y paso por paso cualquier producto genéticamente modificado, pero tiene dentro de su contexto el promover la investigación y el desarrollo tecnológico. Debería revisarse para ser más ágil y permitir que la ciencia mexicana genere sus propios productos. De todas formas, hay gente que se opone y dice que es insuficiente. Algunos le llaman la (Ley) Monsanto y concuerdo, pero por una razón distinta. Es tan estricta y pide tantos requisitos para comercializar un producto que hace muy costosa la aprobación de los mismos, lo que garantiza que sólo las grandes empresas puedan comercializar este tipo de productos en México.
Con información de Luisa Miranda
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