El consumo del té data del año 2700 a. C. en China, y está revestido de un halo de misticismo y algunos acontecimientos trascendentales. Entre las múltiples leyendas ligadas al consumo inicial del té, destaca la del emperador Chen Nung, quien reinaba en el año 2700 a. C.; y aunque no se sabe con certeza si fue envenenado o se intoxicó por accidente, logró superar el problema digestivo tomando una infusión de las hojas de un árbol, conocido como árbol de té. Chen Nung quedó complacido con la infusión de té, debido a su sabor refrescante y vivificante, por lo que estableció en su reinado la costumbre de beber té; después ese hábito se extendió a la aristocracia y al pueblo.
En los registros históricos se sabe de un libro sobre medicina tradicional china que destaca los efectos desintoxicantes de la hoja del té verde. En el siglo VIII d. C., el té verde fue introducido en diferentes países asiáticos, llegando a usarse en Europa hasta el siglo XVII, y finalmente, en el siglo XIX en Norteamérica. En la actualidad el consumo promedio anual mundial de té es de 40 litros por persona (Dufresne et al., 2001).
El té se obtiene de un árbol de la familia camelliae, que puede alcanzar varios metros de altura y crece en zonas de humedad alta y de temperaturas no tan extremas (Dufresne et al., 2001). Para obtenerlo, las hojas recién cosechadas tienen que inactivarse por exposición al calor de vapor de agua, lo cual evita la oxidación del té, ya que evita el rompimiento de las venas foliares de las hojas, manteniendo intactos gran parte de sus componentes y preservando su color verde. Para el caso del té negro y té rojo, aunque proceden de la misma planta que el té verde, el proceso para su obtención es distinto. Para el té negro las hojas se dejan marchitar a la luz del sol a temperaturas entre 25 a 30 °C durante un periodo de 10 a 16 horas, lo cual promueve la pérdida de humedad en un 10 a 20 % (Qu et al., 2019). Posteriormente, las hojas son cortadas en trozos pequeños para liberar enzimas que promueven su oxidación y promueven la coloración oscura del té negro. Por otra parte, el té rojo se obtiene por un proceso similar al del té verde, con la diferencia que una vez procesado, se somete a determinadas condiciones de calor en barriles de bambú que ayudan a la fermentación de las hojas, lo que lleva a la tonalidad rojiza de este té (Chacko et al., 2010).
Propiedades del té verde
Al té verde se le han atribuido grandes beneficios para la salud, y los científicos se han dedicado a estudiarlo a profundidad analizando sus beneficios. Por ejemplo, se ha encontrado que está constituido por una alta concentración de moléculas llamadas catequinas y polifenoles que poseen propiedades protectoras del estrés oxidativo, actuando como moléculas atrapadoras de radicales libres generados en el metabolismo del oxígeno. Estas moléculas también estabilizan la actividad de las enzimas del ciclo de Krebs, aumentan la expresión de enzimas antioxidantes, y restauran la eficiencia del metabolismo del oxígeno y de la fosforilación oxidativa a través de la estabilización de la función del complejo I mitocondrial, contribuyendo a proteger la estructura de los diferentes componentes mitocondriales y celulares (Bernatoniene & Kopustinskiene, 2018).
El té verde como agente natural contra el cáncer
A través de diferentes estudios experimentales, los investigadores han demostrado que los polifenoles y catequinas del té verde también poseen efectos inhibitorios contra el cáncer (Figura 1). De las catequinas, en específico una llamada Epigalocatequina 3 Galato (ECGC), que constituye el 50 % del té verde, ha evidenciado de manera aislada efectos similares al concentrado total del té verde. Además, recién se ha descubierto que ECGC puede actuar directamente sobre un gen que está involucrado en el desarrollo del 50 % de los cánceres que aquejan al ser humano.
El té verde protege a una proteína anticancerígena
En la búsqueda de la raiz de las propiedades anticancerígenas de EGCG, se identificó que su mecanismo de inhibición es sobre una ruta de señalización que involucra a p53, una proteína conocida como el “guardian del genoma” que suprime más del 50% de los cánceres humanos (Bode et al., 2004; Yamauchi et al., 2009; Thakur et al., 2010). Cuando hay daño celular, p53 identifica su gravedad en el ADN y promueve su reparación cuando el mal no es tan grave, y favorece la apoptosis celular (un tipo de muerte celular) cuando el deterioro celular es muy grave como para ser corregido (Bode et al., 2004).
La función de p53 está controlada por medio de su interacción con reguladores negativos, como con una proteína llamada MDM2, que induce la degradación de p53 cuando no es necesaria y previene que se acumule en las células normales y encienda genes que favorecen que las células se vuelvan cancerosas, los cuales son conocidos como oncogenes. Pero en algunos tipos de cáncer, MDM2 está sobreexpresada, es decir, se produce más de lo normal, lo que provoca que p53 se degrade de manera constante, ya no funcione como proteína guardián y se facilite la aparición de células cancerosas (Bode et al., 2004).
El efecto anti cáncer de ECGC se ha asociado con la inhibición de la degradación de p53 mediada por MDM2 (Jin et al., 2013). Además, se ha reportado que ECGC estabiliza la estructura de p53, favoreciendo su fosforilación (un tipo de modificación química sobre las proteínas) y su activación, haciendo que active genes supresores de tumores e induzca la muerte de células cancerosas (Hastak et al., 2003). Recientemente, un equipo de investigadores demostraron el probable mecanismo de la actividad antitumoral de EGCG (Zhao et al., 2021). Empleando diferentes técnicas experimentales y computacionales demostraron que la interacción de ECGC con p53 interrumpe la unión de p53 con MDM2, en tanto que ECGC y MDM2 compiten por el mismo sitio en p53 llamado “Dominio N Terminal” (NTD, por sus siglas en inglés). Por lo tanto, al unirse ECGC con p53 inhibe su asociación con MDM2 y su subsecuente degradación, de forma que hay mayor concentración de p53 para potenciar su actividad anti cáncer (Figura 2).
Propiedades antiinflamatorias del té verde
Aunque el té verde puede ser un buen digestivo que alivia la inflamación transitoria cuando se come en exceso; la inflamación constante y el estrés oxidativo generado están relacionadas con la fisiopatología de diversas enfermedades como el cáncer, la diabetes, el síndrome metabólico, y enfermedades respiratorias como la COVID-19 (Mokra et al., 2022). Aún así, hay evidencia de que la ECGC ayuda contra estas patologías.
EGCG, una molécula natural multifacética
La EGCG ha mostrado efectos favorables en el metabolismo de lípidos y su asociación con la diabetes y el síndrome metabólico. En experimentos con animales con obesidad, la administración de EGCG disminuyó el peso corporal, el porcentaje de grasa corporal, la resistencia a la insulina y la fibrosis hepática (Xin et al., 2021). También se publicó un efecto similar sobre el síndrome metabólico en otros estudios con animales (Huang et al., 2018). Por otro lado, contra la diabetes, la EGCG mejora la captación de glucosa en los músculos y los adipocitos mediante la traslocación de un receptor llamado GLUT4 a la membrana plasmática de las células, activando una vía llamada AMPK, previniendo así la resistencia a la insulina (Shahwan et al., 2022). En ratones con diabetes tipo 2, la EGCG mejoró la tolerancia a la glucosa inducida por una dieta rica en grasas y previno la inflamación dependiente del inflamasoma NLRP3 (complejo de varias proteínas que al interactuar activan procesos inflamatorios), lo cual podría mejorar la tolerancia a la glucosa (Zhang et al., 2021).
El mundo está superando una pandemia por el virus SARS-CoV-2 que causa la COVID-19, y entre la búsqueda de una cura, la EGCG ha mostrado potencial terapéutico a través de la activación de una vía de señalización llamada Nrf2; la EGCG bloqueó la infección por el virus, al inhibir la unión de la proteína spike del virus al receptor de la enzima convertidora de angiotensina 2 (ACE2) de las células huésped (Liu et al., 2021). Además, una investigación computacional reveló que la EGCG mitigó la replicación del SARS-CoV-2 mediante la inhibición de la proteasa PLPro al unirse al sitio S1 de esta proteína viral (Chourasia et al., 2021). La EGCG es capaz de mitigar una tormenta de citocinas proinflamatorias mediante la inhibición del estrés oxidativo y la regulación negativa de las vías de señalización de TLR4 y NF-κB, aliviando las complicaciones asociadas con COVID-19 como sepsis, trombosis o fibrosis pulmonar (Zhang et al., 2021) (Figura 3).
Propiedades antihipertensivas del Té verde
La molecula ECGC también participa en procesos de la regulación de la hipertensión. En un estudio en ratas con hipertensión espontánea, la administración de EGCG mostró efectos antihipertensivos, pero también restableció el deterioro causado por la hipertensión; por ejemplo, mejoró el aprendizaje, la memoria y la actividad locomotora, posiblemente a través de mecanismos antioxidantes como la inhibición de la producción de peróxido de lípidos en la sangre y la reducción de especies reactivas del oxígeno en el hipocampo de las ratas (Wang et al., 2012).
En 2021, otra investigación también en ratas con hipertensión espontánea demostró que la ECGC disminuye su presión sanguínea, y los análisis farmacocinéticos y computacionales revelaron que el mecanismo involucra la regulación de los miRNAS (un tipo de ácido nucleico ARN muy pequeño), el miRNA-126a-3p y el miRNA-150-5p, éstos a su vez regularon sus genes blanco, lo cual indica que podrían estar involucrados en los efectos antipertensivos de EGCG, a través de una vía regulatoria llamada SP1/AT1R (Qian et al., 2018).
Estudios clinicos sobre el té verde
Para corroborar los beneficios del consumo del té verde se han realizado algunos estudios clínicos y aunque en la actualidad hay pocos estudios relacionados con su efecto sobre la hipertensión, aquí se describen los más relevantes.
En 2017, después de consumir té verde durante 90 días, 75 personas sanas y 75 con diabetes tipo 2 mostraron mejoría notable en su presión sanguínea diastólica (Shah et al., 2017). En ese mismo año, un estudio clínico controlado con 20 mujeres con cuadro de obesidad y pre-hipertensión, mostraron reducción de su presión sanguínea sistólica después de tomar té verde durante 4 semanas (Nogueira et al., 2017). Por otro lado, en 2012 un estudio clínico con 56 pacientes con cuadro de obesidad e hipertensión, a los cuales se les administró té verde durante 3 meses, mostraron una notable reducción de su presión sanguínea sistólica y diastólica (Bogdanski et al., 2012).
Conclusión
La mayoría de los estudios son in vitro o con animales y coinciden en los efectos valiosos del té verde y su principal componente para suprimir la inflamación, el estrés oxidativo, su actividad anticáncer y la reducción de la tensión arterial. Sin embargo, se necesita más investigación y estudios clínicos para llegar a un resultado final de los efectos positivos del té verde y su consumo, con el objetivo de usar los compuestos activos, como la ECGC, y formular nuevos medicamentos y terapias para el tratamiento de diversas enfermedades como el cáncer, la COVID-19, la diabetes y la hipertensión.
Referencias
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