¿Pensar, dijo usted pensar?

Como el ave fénix, la revista institucional abandona el papel para renacer de sus cenizas y adoptar un nuevo formato digital. Su nuevo editor es mi colega y amigo, lo que me llena de alegría, porque además de conocer su talento editorial a través de la revista C2 (www.revistac2.com), desde hace tiempo comparto con él parte de las pasiones, de las desavenencias y de las esperanzas que surgen naturalmente del ejercicio de la práctica científica en México. El editor me ha solicitado animar esta nueva columna; a cambio de ello me hubiese gustado pedirle una dotación variada de estimulantes neuronales, pero no me atreví, temiendo que me despidiera antes de haber escrito el primer renglón. Su entusiasmo por este nuevo proyecto es contagioso: “avanzar con perspectiva” es la nueva consigna. Suena tan aterradoramente provocador que negarse sería impensable. Impensable no como sinónimo de imposible, sino como definición absoluta de la ausencia del pensamiento que se requiere para tener perspectiva y avanzar. La carencia de pensamiento es quizá el recurso natural más abundante que compartimos actualmente los habitantes de este “cuerno de la abundancia” que se debate entre el Usumacinta y el Bravo: migrantes, usureros, meseros, senadores, desayunadores, abogados, futbolistas y científicos por igual. Pero antes de que se haga usted el aludido y empiece a cultivar la pequeña parcela que le asignaron en el jardín nacional de susceptibilidades y sensiblerías que tanto empobrecen nuestra capacidad para reflexionar, permítame explicarle. A los científicos nos encanta hinchar el pecho para declararnos los acérrimos defensores del libre pensamiento. Como si fuéramos el último reducto de los mosqueteros, enarbolamos los ideales de Victor Hugo para hacer de la razón, del libre albedrío y de la libertad de cátedra nuestros mayores baluartes para combatir en público cualquier intento religioso, ideológico o político que favorezca el dogma, la fe y el sacrosanto criterio de autoridad. Por lo mismo, hay quienes consideran que es la libertad de pensamiento crítico la que se encuentra amenazada. Pero basta con escuchar regularmente a los transeúntes de Copilco o Zacatenco para constatar que en las ciencias como en las artes (incluyendo a la literatura y a la ecología humana), no es el pensamiento libre el que parece en peligro de extinción, sino el pensamiento y punto. El pensamiento como tal. El pensamiento constantemente hostigado por la voluntad individual o colectiva de atenuar, de matizar, de diferir, de disuadir o de intimidar. La ausencia de pensamiento está llena de pequeñas ideas medrosas y febriles, de insinuaciones diluidas, de inconformidades sumamente honrosas, de reivindicaciones espléndidamente justificadas, de inútiles consensos, de acusaciones indirectas, de quejas contradictorias y hasta de contubernios anónimos. Sus practicantes se indignan, reclaman o rumian; pretenden analizar y lo único que consiguen es “forwardear” en 280 caracteres lo que otros les delegan, utilizando los matices de la mexicanidad aceptable. Como dice Philippe Sollers, el fenómeno no es nuevo; sin embargo, su impacto ha crecido a medida que avanzamos en nuestra metamorfosis actual, la que nos convierte en una simple prótesis neuronal de las máquinas que utilizamos para comunicar. Penetre usted en cualquier laboratorio institucional. Antes de escuchar cualquier razonamiento deductivo, encontrará usted el silencio de individuos absortos frente a las pantallas, teléfonos, teclados y ratones. ¿Pensando? por supuesto que sí: tendrán ideas, creencias y hasta opiniones que compartirán por el ciberespacio. Mandarán imágenes y textos, siempre breves, sonreirán a menudo sin llegar a sintetizar nada, y pegarán de vez en cuando una sonora carcajada sin emitir palabra alguna. Todo eso parece muy sensato en el marco del libre albedrío y de la libertad de cátedra ¿Pero pensar, lo que se dice pensar? Permítame compartirle la opinión de un libre pensador: “El pensamiento en sentido único que se propaga cada vez más en sus diferentes formas es uno de los aspectos imprevistos y discretos de la dominación que ejerce la esencia de la técnica. Dicha esencia busca la unificación absoluta del significado. Es porque la desea que la necesita”. Lo escribió hace más de 50 años Martin Heidegger, el filósofo profético que para muchos personifica a Lucifer por haber sucumbido en su momento a la tentación hitleriana. Para Heidegger, el pensamiento unidireccional busca la unicidad absoluta del significado, por lo que rechaza todo lo que lo pueda descarrilar: los sobresaltos, las digresiones, el sarcasmo, la ironía y sobre todo, la pavorosa, multidireccional, impúdica e impredecible crítica. Y es que es tan fácil prescindir de ella ante el fastidio que provoca pensar en lo que nos depara el futuro. ¿Para qué someterse a cualquier forma de pensamiento crítico cuando puede hacerlo usted sólo de manera unidireccional? ¿Para qué ejercer la crítica cuando el único consenso es que todo mundo está de acuerdo en evitarla, cuando las enfermedades y la contaminación aumentan, cuando el terrorismo y la muerte van de la mano, y cuando hasta el determinismo sexual se adhiere a las tendencias unidireccionales? Nadie duda de que somos igual de inteligentes y creativos que hace 50 años, lo que no se entiende es por qué nos empeñamos en mostrar sólo el 10%. François Jacob (sí, el Nobel de Medicina de 1965) decía que el oficio científico tiene una componente diurna y otra nocturna. La ciencia diurna es la que utiliza argumentos que generan resultados con la fuerza de la certeza. Consciente de su progreso, orgullosa de su pasado y segura de su futuro, avanza brillante y gloriosa. En cambio, la ciencia nocturna se interroga ciegamente, buscando no en uno sino en todos sentidos, de manera multidireccional e impredecible. Duda, se atora, corrige, suda y fracasa, pero lo vuelve a intentar. Al dudar, se encuentra constantemente tratando de encontrarse a sí misma, en un estado permanente de cuestionamiento. La ciencia nocturna es una especie de taller de lo posible en el que se manufactura lo que se convertirá en el material de construcción del descubrimiento que deslumbra al llegar el día. Así que perdone usted que insista, pero es bien sabido que, antes que nada, al último reducto de los mosqueteros se le solicita encarecidamente dar el primer paso: volver a pensar (de preferencia por la noche). Y después quizá volveremos a dar el segundo: pensar de manera crítica, multidireccional e impredecible. Si siente usted que cuesta trabajo es que va por buen camino. Ante la disyuntiva que enfrenta la existencia compartida, sería un honor padecer el mismo reproche y marcar un epitafio común: “se salieron con la suya: murieron pensando y sin recurrir a facebook”.

Ave al Fénix, morituri te salutant.

Jean-Philippe Vielle Calzada